Antes de nada, he de dejar claro, que no pertenezco al ámbito de los economistas y por tanto ruego que éstos me disculpen si escribo alguna barbaridad. Tan solo soy un ciudadano de a pie, con curiosidad por muchos temas, y entre ellos la propia economía, íntimamente ligada a la política, y por ende, a la propia sociedad. Por ello, no voy a entrar en tecnicismos, puesto que no dispongo de la formación adecuada para ello, pero por esa misma razón me voy a limitar a unas simples reflexiones en voz alta acerca del marcado carácter social de la economía, que muchos economistas defienden, y que por tanto, el resto de la ciudadanía no podemos ignorar, máxime cuando actualmente este concepto es pisoteado por los mercados financieros, los grandes especuladores, las multinacionales, y esos títeres con los que ejecutan sus planes económicos: los gobiernos de occidente.
Parto de la base de los escritos de Oskar Lange, defensor del socialismo de mercado, haciendo una reflexión sobre un concepto básico para entender el concepto: La Economía como ciencia encargada de administrar los recursos. Si nos paramos a pensar en tal reflexión, y Oskar lo hace de forma clara y concisa, hablamos de la economía como una ciencia con un marcado carácter social, puesto que partimos de que todo ser humano tiene una necesidades, muchas de ellas las más elementales necesidades biológicas, las cuales habrán de ser cubiertas por los recursos disponibles y dado que vivimos en un mundo finito, que aunque parezca obvio decirlo a veces parece que lo olvidamos, la economía ha de ser la ciencia encargada de administrar esos recursos finitos, para cubrir las necesidades del hombre.
Esta idea le otorga a la economía una relevancia vital como ciencia para la propia existencia del hombre, por lo que podemos considerarla una ciencia social, con la connotaciones que ello conlleva. Partiendo de esta premisa irrefutable, como es posible entonces que en pleno siglo XXI aún siga existiendo tal nivel de desigualdades y miseria respecto a las necesidades más elementales, como alimentos, vestimenta, educación, sanidad.. Algunas cifras: según el documento “La encrucijada de la desigualdad” (“The inequality predicament” ) publicado por la ONU en 2005 y que hace un retrato del mundo, un 20% de la población (países desarrollados) posee el 80 % de la riqueza y el otro 80 % de personas viven con el 20 % restante de bienes. Números demoledores y que implican otra seria reflexión: ¿la economía como ciencia social que promulga Lange, realmente es capaz de hacer una distribución de los recursos finitos para satisfacer las necesidades de toda la población, o esto no es más que una utopía?
Hay que plantear y desarrollar los modelos que rigen este reparto, por tanto no parece que el ineficiente reparto de los recursos sea por culpa de la incapacidad de la economía para establecer un modelo socialmente más equitativo y justo, algo que introduce Oskar cuando plantea que los gobiernos, las instituciones y la propia sociedad van a marcar la orientación económica de una nación y/o región, y que por tanto cuando hablamos de economía realmente no hablamos solo de ciencia, sino que hablamos de una herramienta poderosa para el devenir de la sociedad, ya que a día de hoy cabe preguntarse si la economía es un instrumento al servicio de las políticas o ¿tal vez sean las políticas las que están subordinadas a la propia economía? Actualmente y a consecuencia de la crisis que padecemos, podemos obtener respuesta a este interrogante con una simple mirada a la prensa: por todos es conocido el Plan Paulson de rescate de entidades financieras con problemas, cifrado en 700 mil millones de dólares, cifra que según el director general de la Fundació La Caixa, Jaime Lanaspa, supone 10 veces más que la cantidad necesaria para acabar con el hambre en el mundo.
Podríamos concluir que no hay dudas de que la economía tiene un carácter social, y que su cometido principal es satisfacer las necesidades humanas, pero que a efectos prácticos no está siendo una herramienta por y para el bien común de la sociedad, sino que parece un instrumento de poder en manos de unos pocos, que controlan políticas nacionales e internacionales.